Vicio eterno del corazón, acunado en los pulmones de mi barrio
que aletarga los calvarios y suaviza este dolor.
Soy adicto a los febreros, a sus noches, mis desvelos.
Soy adicto a mi tambor, ser murguero, mi vocación!
El cielo esta enrojeciendo, hay parrillas humeando,
y la pena de un pueblo se vuelve a ocultar.
Le ofrenda su humilde sonrisa a la gran carcajada
que el Dios Momo regala en el carnaval.
Y un manto de estrellas se pliega en el cielo,
sale la primera comparsa y se siente que el pecho
comienza a vibrar.
Las suelas gastadas patean los vientos,
como si estos fueran urbanos guerreros que el tiempo
obligó a luchar.
Con los pelos al viento baila la murga
sobre el golpe del bombo que marca el compás.
La noche se muere paso tras paso,
dejando un surco en el asfalto
que la mañana vuelve a llenar...
Su suave sonrisa le hace un guiño a la luna
dando gracias eternas por dejarla danzar.
Y sube este ritmo murgón a sus negras caderas,
como la calle, su escuela, le supo enseñar.
Y sigue la marcha, los parches resuenan,
su cuerpo transpira el aroma de la flor que engualicha,
me hace alborotar.
Alcohólico trance de magia y misterio
que empapan mi alma cansada, atrapada, en silencio
por la soledad...
Con los pelos al viento bailan la murga (...)
Baila, baila mi negra, baila la murga!
Que tu movimiento me hace soñar,
que tu risa alegre es un poema
que me condena a la borrachera.
Por no tenerte, muero en el bar....
Letra: Maximiliano I.H. Delmás