Se puso el vestido azul y me dijo: "Adiós idiota".
Yo, de pronto, me sentí como una mierda que flota.
No podía ni pensar, se me iba la pelota.
La botella ¿dónde está? no quedaba ni una gota.
Sentí vergüenza de estar desnudo, como Adán y Eva
pero ahora Adán estaba solo. Adán, ¡Qué mal lo llevas!
Ella, dueña de sí misma, libre como una gaviota.
Y yo, en cambio, allí tirao, a punto de echar la pota.
Me tomé catorce valiums y soñé con mi derrota:
desnuda sobre mi tumba ella bailaba la jota.
Yo me sentía como la más vulgar carroña humana
consciente de sí misma
reptaba por el suelo, hacía pajaritas
y hasta veía el programa de Carmen Sevilla.
Ella no volvió jamás, su recuerdo aún me azota,
el teléfono no suena, la esperanza ya está rota.
Todavía tengo sueños, el cuerpo se me agarrota,
lo recuerdo claramente: ¡Madre mía, cómo trota!
Borrón y cuenta nueva, muchacho,
que de nuevo te hace falta la vena viril.
Si no puedes remediarlo, por lo menos flípalo.
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